Nadie es perfecto hasta que te enamoras de él.

Después, nada más, el silencio. Aquel teléfono mudo. No puede ser. Es una pesadilla. Desearía poder dar marcha atrás en el tiempo y detenerse en vilo en aquel momentos, justo antes de saberlo, y ahí dejar de vivir, de ir hacia delante. En un mágico y terrible equilibrio. Solo en la cama, víctima de sus pensamientos, de hipótesis, de ideas vagas e imprecisas. Caras de personas apenas vislumbradas, de posibles amantes, aparecen y se entremezclan prestándose unas a otras narices, ojos, bocas, cuerpos. Se la imagina en brazos de otro. Su cara junto a la de aquel hombre imaginario pero que, desgraciadamente, existe. Entonces la ve sonreís. Cómo habrá sido su primer abrazo, si primer beso. La imagina en casa arreglándose nerviosa antes de salir, probándose vestidos, combinando colores, llena de entusiasmo, de novedad. Oye su corazón latir feliz al oír el telefonillo. La ve salir guapísima del portal, tan guapa como estuvo muchas de las veces que salió con él, aún más ahora que lo ha dejado. La ve subir en un coche que, con toda seguridad, será caro, saludar a un tipo divertida con un beso en la mejilla y alejarse charlando con él. Frescos y chispeantes, rebosantes de cosas fáciles que decirse, saboreando el perfume del otro y las fantasías comunes. Después, una cena con miradas y de atenciones, de sonrisas, educación, una con el escenario adecuado. Más tarde la ve pasear por algún otro lugar de la ciudad, lejos de él, de su vida, de la infinidad de recuerdos. La ve apartándose el pelo como hacía siempre cuando salían juntos, solo que ahora lo hace para otro, la ve sonreís y, lentamente, ve también cómo sus labios se acercan. Entonces sufre como nunca antes lo había hecho. ¿Por qué no le ha hecho ver en ese momento algo mío, algo espléndido, el más hermoso de los recuerdos, todo el amor que hemos compartido? Lo que fuera con tal de impedir que cobrara vida un extraño futuro, que aquel beso viera la luz. Demasiado tarde.